Sabia virtud de conocer el tiempo, decía en su inicio, un poema escrito por un aguerrido y prestigiado licenciado periodista mexicano llamado Renato Leduc, a ese poema se le agregó una excelente música, para deleite del propio Renato y de todos fue interpretado por muchos cantantes de aquella época y actual, hasta el ‘86, año de su fallecimiento y aún hoy nos deleita con ese inmortal monumento poético al tiempo.
Conocer el tiempo para quien sea, es primordial gastarlo torpemente genera un estado de indefensión tal, peor que el no tener dinero; este último al fin y al cabo se repone ¡el tiempo no! Así emplees todo esfuerzo y dinero del mundo, simplemente no se repone, se va, se pierde.
Por años, nuestro sistema político y por supuesto los políticos mexicanos han sido partícipes en eso que los “esnobistas” llaman en inglés “slow down”; como les llamó presidente Peña Nieto “nadan de muertito”, como que le hacen y no; si hay un proyecto positivo, pues a destruirlo a como sea no hay nada bueno para ellos.
Los tiempos en la política siempre deben ser respetados, pues quien los rebasa o se mantiene inactivo sucumbe, hay que “echarle ganas” a las cosas en su tiempo y a su debido tiempo.
Hay tiempo para nacer, para sembrar, para cosechar para disfrutar y para morir, no hay manera de cambiarlos, los tiempos no pueden acelerarse y mucho menos anticiparles el tiempo como digo es inalterable; aunque tal parece hay quienes lo pretenden cambiar, el silencio de lo pasado y el sonar del presente pueden confundirse, ahí es precisamente el intríngulis del asunto y los frutos maduros que se desdeñaron por su adultez, hoy el “adulto mayor” pudiese reintegrarse a la vida política activa, con toda su sabiduría y experiencia.
No en vano antes de que la civilización y la cultura llegasen, a donde ahora nos tiene, los viejos regían aún por encima de Césares, reyes o emperadores, pues su asesoría era determinante, eran libros de saber.
Los muchachos de hoy les dio por destruir lo construido, lo que tanto esfuerzo había costado, tal vez pensando que lo anterior era arcaico, viejo y caduco, el tiempo les cuestionó su aseveración y la respuesta contundente, fue regresar a las bases, pulirlas, cimbrarlas para hacerlas más fuertes, más poderosas.
Nada tengo contra la juventud, alguna vez lo fui, -créanme me gustó serlo- tampoco se me ha olvidado, más hoy veo con un dejo de ansiedad y angustia, porque no de tristeza, ver la destrucción de los cimientos construidos, hoy en el abandono en aras de un futurismo mediocre y ramplón.
Deseamos ahora gobernantes con seso, conocedores de los tiempos, que llamen al vino por vino y llamen al agua por agua.
Que sean mesurados, inteligentes, capaces de producir. ¡No tenemos producción! Si no se produce, como entonces “ganar”. Cuál es el objetivo de estar ahí, ¿obtener ganancias? O tal vez en el mejor de los casos no servir al pueblo, sino servirse de éste. ¡Debemos regresar a lo básico!
Sólo así es posible retomar el sendero del progreso, eso que llamó Miguel Aceves Mejía “El Libro de los Dioses”. Porque “destino por nombre le pusieron y es la ley del más allá…”. ¡Para no perder más tiempo!
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