Reynosa, Tam.-
Tarde de toros en Reynosa. Tarde digna de fiesta brava, de olés y de capotes. El, por momentos, recalcitrante sol de la frontera sofoca y enciende.
El graderío de la Monumental plaza se agolpa, se emociona, son pocos espectadores pero a la vez se oyen muchos. Las puertas del ruedo se abren y luego se cierran. Un bestial astado de la ganadería Arturo G. García, furioso, se entromete e impone con su completamente oscura y musculosa apariencia.
De frente lo tantea Raúl Rocha, un viejo conocido de la tauromaquia mexicana, empresario y prolífico preparador, de agudo olfato para reconocer prospectos.
A ras de suelo le acompaña un valiente novillero quien, a sus 19 años, es más que una promesa: Kevin Loyo se vistió con algunas galas para plantarse frente a la muerte y marearla con astucia.
Polvo salen de sus intrépidos pasos y con cadencia mueve sus manos. Así extiende el capote y lo levanta para burlar este sábado 20 de abril las violentas embestidas del cornudo.
El joven no se asusta. Más bien atrae al toro a su terreno, lo exige, lo azuza, lo estropea. El animal se enoja. Respira con coraje, pero Kevin domina magistralmente el encierro. Tiene edad de novato, pero destreza de veterano.
Hasta el lujo se da de bailar el vals con el enorme astado; por un lado lo engaña y por el otro lo abraza. Después baja la guardia y hasta le camina de espaldas. Y entonces dos banderillas ingresan a la humanidad del furioso burel y Kevin sigue toreando.
Y eso que sólo es un tiento de preparación, que él no se toma de juego. A la marcha de cada pase, de cada palmo de terreno rivalizado, la temperatura acalora al torero y asfixia al toreado.
En el centro de la plaza un retador y un retado discuten sus desavenencias: o es matar, o es herir o es morir.
Finalmente Kevin agudiza su mirada. Desenvuelve su espada. Un primero, un segundo y un tercer intento, el toro de lidia corre al matadero. No se rinde ni se rehúsa a su naturaleza bronca.
Está cansado, empero gasta todas sus fuerzas. Si va a morir lo hará peleando y así vuelve a la carga contra su enemigo el capote.
Esta vez es letal. Una estocada lo atraviesa hasta sus entrañas. Cae aniquilado hasta que el alma se le sale.
Kevin hace la faena y el animal es sacrificado. Rápido y con mucho menos dolor que la terrorífica tortura de un rastro. La gente aplaude admirada.
El folclore de la música española y de sus centenarias tradiciones se vivifican en Reynosa, que ya tiene a su propio ídolo.
Es un joven flaquito y escurridizo, pero más valiente que un toro, su nombre es Kevin Loyo.