Jerusalen, Israel. / Abril 10.-
Bajo un sol primaveral miles de peregrinos llegados de todo el mundo hicieron hoy el vía crucis hacia el Santo Sepulcro de Jerusalén, última de las 14 estaciones de la Vía Dolorosa.
Estrechas calles, caminos empedrados y un mar de fieles musulmanes en dirección contraria hacia la mezquita de Al-Aksa, no entorpecieron las celebraciones de Semana Santa en Jerusalén.
En punto de las 11:00 horas locales (09:00 GMT) iniciaron las celebraciones cristianas con una procesión que recorrió la Vía la
Dolorosa durante unas tres horas.
Se trata de un camino de poco más de un kilómetro por estrechas calles que recuerda los pasos de Jesús desde el Pretorio, el lugar donde fue juzgado, hasta el Santo Sepulcro, donde fue crucificado y enterrado.
“Emoción, escalofrío, no es lo mismo pasar Semana Santa aquí que
en Chile”, sostiene Maribel, una joven madre que recorrió este viernes el Vía Crucis en Jerusalén con sus dos hijos.
Muchos menos imponente que en ritos, imaginería y tradiciones que en los países católicos se efectúan, el Vía Crucis de Jerusalén es una procesión de gentes con simples cruces de madera de olivo, sin estatuas ni bandas musicales.
Sólo destaca el emotivo canto de los peregrinos que siguieron al patriarca Fuad Twal, quien escoltado por un grupo de monjes se detuvo a rezar en cada una de las estaciones.
Hay quien tiene hasta estaciones favoritas, como Miguel Gala, un español que dice sentirse muy relacionado con la sexta, en la que Verónica le secó a Jesús el sudor de la frente con un lienzo.
“No sé por qué es, pero esta estación me habla particularmente y por ello es a la que le dedico más tiempo y en la que más rezo”, explicó Gala.
Vía Crucis, o Camino de la Cruz, es un término que data del siglo XVI y el momento más crucial de la vida cristiana en Jerusalén, sobre todo en este período.
“Todos los cristianos deberían hacerlo en Jerusalén por lo menos una vez, aquí es donde verdaderamente se siente a Cristo”, expresó el padre Ignacio, de Perú.
A diferencia de otros años, en los que se escuchaba a menudo el acento mexicano entre los peregrinos, este año parece que su número descendió de manera considerable.
La afluencia de peregrinos este año ha sido menor que los anteriores por la crítica situación económica mundial, pero no existen cifras de cómo afectó exactamente y de qué países llegaron menos a Jerusalén.
Desde luego, la celebración paralela de la Semana Santa con el Pesah judío creó un bullicio especial, con peregrinos de las dos religiones que se mezclaban en las calles de la ciudad vieja que conducen a los santuarios de los dos cultos.
Los más abarrotados eran el Muro de los Lamentos, máximo santuario judío, y el Santo Sepulcro, el de mayor importancia para el cristianismo y donde concluye el Vía Crucis.
En el lugar que alberga la tumba vacía de Cristo, católicos de un sinfín de lenguas se arrodillaban ante la Piedra de la Unción, el de la Crucifixión y ante la Tumba para rezar en silencio o encender una vela.
La Piedra Unción, una de las últimas estaciones y el lugar donde Jesús fue amortajado tras ser bajado de la cruz, atrae una curiosa costumbre por parte de mujeres de países de Europa del Este, que untan algodones y paños en aceites y lo pasan por encima del rosado mármol.
Es una vieja costumbre para después llevar esos algodones sagrados a familiares y amigos, con la creencia de que tienen poderes curativos.
“Su hermana, está enferma”, traduce parcamente una guía turística local al preguntar a una mujer polaca por esta costumbre.
El Santo Sepulcro alberga las últimas cinco estaciones del Vía Crucis y se encuentra sobre el monte Gólgota, palabra que se deriva de “calavera” en hebreo, lo que indicaba el propósito que le daban los romanos a ese lugar.
La décima estación es el lugar en el que despojaron a Jesús de sus ropas, la undécima el lugar en el que le clavaron en la cruz, y la duodécima, en el mismo lugar, es la muerte en la cruz.
La décimo tercera estación recuerda el momento en que bajaron el cuerpo de Jesús de la cruz para colocarlo en la Piedra de la Unción.
La última estación recuerda su entierro en un sepulcro cedido por José de Arimatea, uno de sus defensores en el tribunal judío de la época y decurión del Imperio Romano.
Una vez concluida la procesión, pequeños grupos volvían a recorrer el trayecto guiados por sus párrocos.
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