Tegucigalpa, Hon.-
Sin lujos, sobre el barro que sepultó casas y caminos y en lo hondo de la montaña de una aldea devastada por los huracanes “Iota” y “Eta” en el occidente de Honduras, un puñado de mujeres y hombres devotos de la virgen de Guadalupe acudió a una misa que el sacerdote franciscano hondureño Leopoldo Serrano López, parado en una piedra, ofició en un altar que armó en el lodo, con palmeras, hojas y ramas.
En un cerro de Buena Vista, un apartado rincón del poblado Sula en el municipio Macuelizo del occidental departamento hondureño de Santa Bárbara, Serrano, de 55 años, y el grupo de feligreses edificaron un templo… sin paredes.
Desprovistos de comodidades, imploraron por recuperar la esperanza tras la desolación y el desaliento que les dejó el ataque mortal e implacable de los dos fenómenos naturales consecutivos que sufrieron en noviembre pasado.
“Ellos estaban muy asustados”, relató Serrano. “La gente estaba muy preocupada, desesperada. Subí a darle ánimo, esperanza, apoyo… a escucharla. Eso fue en la montaña. Las casas están sepultadas o con grietas, hendidas”, relató.
“El altar lo armé de pedacitos de madera. Los muchachos fueron a cortar unas varitas y puse como mantel una hoja grande de malanga, que es una raíz que se come y es un tubérculo bien rico. Era lo que había ahí e improvisé ese altar”, describió.
Todavía emocionado por la sencillez de la ceremonia, narró que “la mesa fue hecha con unos palitos, unas varitas. Pusimos unas palmas de pacayas, que son unas verduras, unos vegetales que hay en la montaña y que, aunque es amargo, la gente come. Ese fue el adorno”.
“Yo llevaba todos mis sagrados, porque siempre los tengo en mi carro. El cáliz con el vino en unos botecitos portátiles de plástico que siempre llevo, el misal y el copón donde van las hostias. Llevé un poquito de hostias”, contó vía WhatsApp a El Gran Diario de México desde la parroquia de San Roque, adscrita a la Diócesis de Santa Rosa de Copán.
El momento, recordó, fue excepcional. “Había una piedra donde colocamos el altar dentro del lodo y yo no me podía mover porque estaba solamente parado en una piedra dentro del barro. Encima del barreal, porque la carretera desapareció. Ya no pasaba gente. Yo no me podía mover”, detalló.
La ceremonia se hizo “sobre el lodo que sepultó casas y caminos”, destacó.
Convencido de que “con mi llegada como que dejaron el miedo”, Serrano aseveró: “Sentían ánimo y consuelo. Eso fue mi intención: darles consuelo en un momento tan difícil que estaban viviendo”.
“Me sentí útil, sentí que era un pastor aliviando a las ovejas heridas por la naturaleza. Me sentí un padre de mis hijos. Fue bien bonito. En el carro llevé galletas y a todos, hombres y mujeres, les di galletas. Fue un día de fiesta”.
Cuando el padre Serrano llegó a Buena Vista, tampoco lo hizo en las condiciones físicas ideales.
“Soy operado del corazón y tengo las defensas muy bajas. Desde marzo, también por las prohibiciones de la pandemia del coronavirus, nunca pude salir a celebrar misas. Esa fue la primera que celebré con el pueblo este año, porque he estado aislado por miedo a estar cerca de la gente. Pero en esa misa me quité la mascarilla, porque estuve lejos de la gente”, confesó.
Cuando El Gran Diario de México le preguntó acerca del mensaje que dejó en las distintas lecturas de la misa, respondió: “Todo normal con las lecturas. Las palabras fueron de esperanza, de ánimo, de que Dios nos está regalando la vida, que es lo más importante. Y de que nos vamos a levantar y a recuperar. Tenemos la vida y es lo más importante”.
“La gente estaba muy feliz”, prosiguió.
“Iota” y “Eta” azotaron sin misericordia a Honduras, Nicaragua, Guatemala, al sureste de México, a islas de Colombia en el mar Caribe y, con menor fuerza, a El Salvador, en un panorama agravado por el impacto de la pandemia del coronavirus. Consternadas y atrapadas sin salida, las comunidades de las naciones golpeadas por ambos meteoros viven una lucha interminable sobrepasar la crisis.
El padre Serrano jamás olvidará esos momentos y así lo rememoró a este periódico: “Al final les di la bendición con la imagen de San Roque, que yo llevaba y todo el año le he estado rezando. Él es el patrono de la parroquia. Cuando les di la bendición con San Roque, las personas lloraron de emoción con la imagen porque lo veneran como patrono. Estaban muy felices, aunque llevé una imagen pequeñita, portátil. Esa fue la parte más bella”.