México, D.F. / Marzo 10.-
Es el encuentro de sus miradas, la mutua, constante, intensa seducción de la belleza del poder y el poder de la belleza.
Él, en el lugar de honor del presidium de la Cámara de Senadores. Ella, en la primera fila del salón. Hablaba Gustavo Madero, le daba la bienvenida al vigésimo tercer presidente de la República Francesa, cuando él llamó con sus pequeños ojos a los azul-verdes de ella, su primera dama. Y algo o mucho se dijeron, se sonrieron, se acariciaron.
Minutos después, Nicolás Sarkozy hablaba con su convicción, su pasión, su fuerza de estadista, y Carla Bruni, arrobada, lo escuchaba, lo contemplaba, lo admiraba.
En esos momentos, alguien se cruzó por el frente del recinto. Era una asistente, que impedía por unos segundos que la señora Bruni viera al presidente Sarkozy, mientras entregaba a la canciller Patricia Espinosa una blackberry que le enviaba la subsecretaria Lourdes Aranda.
Así, mientras el mandatario francés continuaba con su vibrante mensaje, la encargada de la política exterior mexicana, su colaboradora y el embajador Carlos de Icaza se dedicaban a enviar y recibir mensajes por celulares.
Llegaron tarde. Con más de media hora de retraso…
En la espera, Porfirio Muñoz Ledo, partió plaza, habló con unos y con otros, dijo a todos cuantos pudo: “Todos ustedes vienen a ver a Carla, yo vengo a ver a Nicolás, que es mi amigo desde hace mucho tiempo”, se acomodó en uno de los escaños.
Y los presidentes de las dos cámaras, César Duarte y Gustavo Madero quedaron frente a frente, como parte de un corrillo. “Están ante el próximo gobernador de Chihuahua”, le comentó alguien a Manlio Fabio Beltrones que se acercaba. “De eso no tengo ninguna duda” respondió intencionado después de ver durante un par de segundos a su compañero de partido.
Y ya estaban ahí. Él, el sucesor de De Gaulle, y Pompidou, y Giscard, y Miterrand y Chirac, también copríncipe de Andorra subía al templete.
Ella, la modelo, cantante, compositora, su esposa, quedaba unos segundos detenida, sin poder avanzar, se lo impedían fotógrafos, guardaespaldas e integrantes de la comitiva que la antecedían.
Él, la sonrisa del político. Ella, el gesto agradable, profesional, a prueba de cualquier cámara. Ella, sin reloj, con una cinta de tela en la muñeca derecha. Él, con el discreto reloj bajo el puño de la camisa de delgadas rayas. Los dos, y su naciente leyenda, su indiscreto encanto, sus delgadas alianzas matrimoniales.
Sesión solemne. Habló para empezar, Gustavo Madero. Falló el sonido durante unos segundos, se perdieron algunas de sus palabras. Después, el turno de Nicolás Sarkozy. Y poco a poco, al paso de los segundos, de las palabras, su expresión cobraba fuerza. Hablaba de los cinco soles. Se dibujaban en su frente cinco profundos surcos. Las manos eran puños, o puntas de lanza que abrían paso a sus sentencias. El índice derecho golpeaba el atril. Y comentaba que le habían recomendado que no hablara de lo que hablaría. Dijo lo que tenía que decir.
Y al final, entre Nicolás Sarkozy y Carla Bruni, otra vez ese seductor encuentro de miradas, esa cálida caricia, ese diálogo, el de la belleza del poder y el poder de la belleza.