Ciudad de México.-
A un mes del deceso del escritor José Agustín (16 de enero), hoy se llevó a cabo un homenaje en su honor en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes.
Estuvieron presentes escritores y amigos como la novelista y periodista Elena Poniatowska, y los poetas Elsa Cross y Alberto Blanco; su viuda, Margarita Bermúdez, junto a sus hijos Andrés, Jesús y Agustín; las funcionarias Alejandra Frausto Guerrero, titular de la Secretaría de Cultura, y Lucina Jiménez, titular del INBAL, así como artistas de la Compañía Nacional de Teatro y el músico José Manuel Aguilera.
La primera en tomar la palabra, en el evento, fue Frausto, quien recapitula la trayectoria de José Agustín y recordó una frase de Jesús Ramírez, hijo del autor de “Se está haciendo tarde (final en laguna)” en la que describe que los escritores actúan como un pararrayos de la memoria colectiva.
Mientras que Elsa Cross recuerda que conoció a José Agustín y a Margarita Bermúdez cuando eran muy jóvenes, en el taller de Juan José Arreola; era finales de 1963 y, pese a su edad, 19 años, José Agustín ya había escrito una novela “La tumba” y ya estaba casado.
El cambio en la época, “las transformaciones que se avecinaban” dijo la poeta, fue reflejado por el escritor; más allá de su legado, conformado por libros ágiles, profundos y divertidos, destacó la exploración de la conciencia y su temperamento contestatarios que es tan necesario en las nuevas generaciones que actúan con pasividad, sin cuestionarse, a través de las olas del presente, explicó.
El poeta Alberto Blanco, con sentido del humor, dijo que si José Agustín pudiera ver el homenaje que se realizó en Bellas Artes estaría desconcertado, palabras que de una u otra forma confirmaron Elena Poniatowska y Andrés Ramírez. Blanco dijo que su presencia en el homenaje era más la de un amigo que la de un crítico.
Margarita Bermúdez dijo que José Agustín fue su maestro y que lo amó profundamente y con intensidad, y agradeció la presencia de los asistentes.
Poco a poco el público fue llenando el vestíbulo hasta alcanzar los pasillos, algunos con un rictus de solemnidad, tristeza o nostalgia; otros con devoción. Al pie de la escalera central del palacio, se colocó la urna con las cenizas del escritor y alrededor de ésta estuvieron los ponentes, familiares y amigos.
En primera fila, de lado izquierdo, los que ya fueron mencionados: las funcionarias de Cultura, su viuda y sus hijos, y Elena Poniatowska.
Cuando fue su turno, Jesús Ramírez, neuropsiquiatra, recordó dos hechos particulares: que a su padre le gustaba tirar el I Ching y el homenaje que se le hizo en Saltillo por sus 50 años, donde el escritor dijo que él se sentía como una especie de ciego que usaba la intuición a la manera de la geolocalización de los murciélagos.
Agustín, artista plástico, recordó cuando él era niño y su padre trajo de Estados Unidos los VHS de Star Wars, 2001: Odisea del espacio y el festival de Woodstock; también dijo que lo soñó hace poco y que, desde el mundo onírico, habló por teléfono con su padre y éste le dijo que estaba en el centro, aludiendo, quizá, a la búsqueda de la individuación mencionada por Carl Jung en el dibujo de mandalas.
“Ojalá algún día escriba algo digno de ti”, dijo y leyó varios fragmentos de Cerca del fuego.
Andrés, editor, contó que de sus padres aprendió lo luminoso y lo más oscuro, y que algunos de los preceptos de José Agustín fueron la audacia, el uso del I Ching, la lectura de poesía y la ruptura de lo preconcebido. “Escribió desde el fuego, desde un lugar inalcanzable”.
Una primera guardia de honor, conformada por la primera fila ya mencionada, rodeó la urna. Le siguieron varias guardias para las que se formaron amigos y familiares y entre las que se pudo ver a escritores e intelectuales como Carmen Boullosa, Rosa Beltrán, José Gordon y Philippe Ollé-Laprune.
La gente al pasar, besa la urna y una mujer la abraza, grita “Qué viva José Agustín y qué viva el Rock and Roll” y contiene el llanto cubriéndose el rostro con las manos. No es la primera vez que alguno de los asistentes grita “Qué viva José Agustín”.
La cantidad de gente que asistió al homenaje, señaló Andrés en su oportunidad, confirma que, a pesar de que José Agustín era consciente de que no tuvo el reconocimiento que merecía, su obra ha dejado huella e impacto en varias generaciones.
Mientras suceden las guardias, el músico José Manuel Aguilera, junto a los artistas de La Barranca interpretan canciones; primero, una versión de los Gymnopédies de Erik Satie, en guitarra eléctrica; luego, “The House of the Rising Sun”, que, en palabras de Aguilera, era la canción que José Agustín pidió que se tocara cuando él muriera.
También hubo una lectura dramatizada de “Los motivos del lobo”, de Rubén Darío, por parte de actores de la Compañía Nacional de Teatro.
Al final quedó una fila conformada por sus hijos y se escuchó, de fondo, la voz de Aguilera cantando: “A veces necesito estar en el infierno para volver a valorar, una fila con sus hijos”. Lucina Jiménez fue una de las últimas en hablar: “José Agustín vivirá donde quiera que una pluma siga experimentando”, dijo y pidió un minuto de aplausos de pie.
Le siguió Margarita Bermúdez, quien recordó que en sus últimos días, el escritor leía poemas de Federico García Lora, poemas de Nicolás Guillén y Juan Ramón Jiménez. Margarita tomó la urna con las cenizas y subió por la escalera principal en compañía de Andrés y de Alejandra Frausto.