Luego de más de dos semanas de haber padecido la furia de Álex, los regiomontanos comenzamos a enfrentar la nueva realidad en nuestra comunidad, misma que para la gran mayoría representa todavía más sacrificios en su ya de por sí deteriorada calidad de vida.
Aunque hace apenas una decena de años, los regiomontanos nos mostrábamos orgullosos de Nuevo León y optimistas por el futuro de Monterrey, y en nada se nos vino encima el mundo y despertamos ante una amarga realidad: estamos dejando de ser la locomotora de México, caemos de manera sostenida en los estandares de calidad de vida, los megaproyectos de desarrollo se alejan cada día más para asentarse en zonas como la de Aguascalientes, Ramos Arizpe, y el Estado de México.
Balaceras, secuestros, asaltos a negocios, joyerías y bancos, inundaciones y demás calamidades, se han convertido en la tónica citadina permanente, desplazando en las agendas informativas y de la opinión ciudadana, a aquellas épocas en las que hablar de los grandes proyectos de futuro era el tema obligado.
En pocas palabras, nos guste o no, estamos dejando de ser una entidad productiva y proactiva para convertirnos en un estado receptivo y de servicios.
Porque además de que para miles de ciudadanos todavía no pasa el trago amargo, al enfrentarse diariamente a problemas de falta de los servicios elementales como energía eléctrica, agua y gas; existen muchos más que permanecen incomunicados y con la incertidumbre manifiesta acerca de su futuro inmediato, al haber perdido prácticamente todos sus bienes.
En una democracia participativa, pero sobre todo en esta nueva realidad, los ciudadanos vigilarán muy de cerca que esta situación también se vea reflejada en las actitudes y actividades de sus gobernantes, ya que si de por sí, la percepción ciudadana antes del desastre era de poca solidaridad y excesiva arrogancia de estos, sería peligroso que los grupos de poder político no se dieran cuenta del giro de 180 grados que Álex dio a la sociedad nuevoleonesa.
Se agudiza un giro en la percepción social que ya se había iniciado años atrás cuando el problema de la inseguridad pública comenzó a detonar, por lo que lo que pareciera una coincidencia macabra, ahora los ciudadanos no sólo tienen que ajustar sus “lógicas” sociales a ser víctimas fatales de la delincuencia organizada, sino que también a ser atrapados por una lluvia real y no de plomo.
En 1987, el politólogo Lipset estableció que la democracia es un sistema de resolución de conflictos donde debe manifestarse siempre alguna forma de consenso. El consenso es lo que permite que un sistema político pueda establecer las reglas del juego pacífico del poder, por el cual los que se sienten afuera de la toma de decisiones puedan aceptar aquellas que toman los que están dentro, pero al mismo tiempo estos últimos reconozcan y acaten los derechos de los que se sienten relegados.
Dicho de otra forma, el reto para el gobernador Rodrigo Medina, no es aparecer todos los días narrando desde el lugar de la noticia los hechos, sino que por el contrario, debe parecer que está verdaderamente al frente del barco, es decir, los ciudadanos esperan ver al gobernador de Nuevo León y no a “Rodrigo” como ya coloquialmente se le conoce, con una actitud propositiva hacia el futuro.
Vaya, los primeros días es justificable que apareciera a diestra y siniestra en todos los medios narrando lo que estaba sucediendo, y lo que esperaba hacer; pero a 15 días del desastre, los ciudadanos esperan verlo en vivo por televisión, pero afuera de las oficinas de los diferentes secretarios de Estado involucrados en la reconstrucción, exigiendo lo que siempre ha sido una esperanza vana en Nuevo León: la justa distribución de los recursos federales.
Tiene que demostrar a los miles de ciudadanos damnificados que sabe cuál es el camino al que debe dirigirse este gran trasatlántico y que está tomando decisiones que verdaderamente nos llevarán a la reconstrucción inmediata y no a la repartidera del botín financiero que representaría la llegada de los fondos financieros.
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