Un domingo soleado con más de 30 grados en California, las gradas a cielo abierto en espera de recibir a más de 80 mil personas que buscaban ver un espectáculo de alto nivel internacional. Aficionados de todos los equipos, pero en especial del PSG y el Atlético de Madrid: franceses y españoles, con una diversidad de nacionalidades en sus instituciones, que tienen proyectos y maneras distintas, así como distinto es el fondo de sus carteras.
Lo que se vivió en Pasadena el día de ayer fue un digno espectáculo: un equipo que busca brillar enfrentando a otro que quiere ganar a toda costa, sin importar el qué dirán. En un torneo que busca succionar los dólares americanos, una propuesta como la de Luis Enrique es aire fresco. Dicta lo que desde hace tiempo se viene gestando: que los jóvenes dominen el fútbol con una dinámica que asfixie a los más viejos, quienes, por más calidad que tengan, en algún momento no les alcanzan las piernas y se desconecta la neurona del músculo.
Ver de cerca a jugadores de esa talla es muy distinto que verlos por televisión. Las acciones se viven diferente, la emoción se catapulta al máximo, y la afición de Estados Unidos lo vive con más que pasión: lo toman como un concierto de un artista al que no volverán a ver en mucho tiempo. Por eso, el nivel de exigencia se minimiza para mostrar un intento de idolatría y pasar un buen rato en un espectáculo que les dura 90 minutos, cada vez que los europeos buscan llenar sus carteras.
Personas de varias nacionalidades caminaban con nostalgia por los pasillos del mítico Rose Bowl, un estadio viejo pero funcional que todavía permite recibir a casi 90 mil espectadores.
Con un sol abrazador, que quemaba y traspasaba la dermis, la epidermis y lo que sigue, Luis Enrique simplemente le dio continuidad a un equipo que viene aceitado después de conquistar todo en Francia y Europa la temporada anterior. Mientras tanto, los de Simeone hicieron notar la cartera rival, el calor y, sobre todo —sin decirlo con palabras—, mostraron que correr como locos ante quienes saben mover el balón al servicio del músculo, y no al revés, ya está quedando obsoleto.
Si bien esto apenas comienza, el mostrar un fútbol que hizo parecer juego de niños la goleada del PSG ante un grande de España nos va indicando de qué lado masca la iguana futbolera. Los europeos grandes se perfilan para estar en las finales, mientras que los medianos batallarán para vencer a los sudamericanos. Los demás equipos vienen más por la anécdota y presumir ante sus rivales locales: “Yo sí fui, y tú no”.
El miedo a la policía y migración se disipó al cruzar el charco. Por ahora, no se ve gran despliegue de intenciones para sorprender a algún despistado aficionado con estatus migratorio cuestionable. Así que la fiesta continúa, el sol quema y, afortunadamente, mañana Rayados enfrenta al Inter por la tarde, para disfrutar de la cancha con un ambiente menos asfixiante.
Por ahora, me quedo con el fútbol de Luis Enrique, que, potenciado por una cartera sin fondo, nos muestra que para los millonarios no hay límites si contratan a los adecuados. Mientras tanto, Simeone sigue luchando y seguirá entre los primeros de España. Y por ahora, párele de contar.
¡Saludos desde el sillón californiano!