Independientemente de preferencias políticas o ideológicas, existen tres realidades en México de cara a la elección presidencial del 2024. La manera en que esas realidades sigan desarrollándose por separado y en conjunto definirán mucho del futuro del país, para bien o para mal.
La realidad de las armas. El ejército y la marina se han convertido en un poder de facto que administra, construye, opera y fiscaliza infraestructura esencial para la continuidad social y económica del país. En el proyecto de nación del actual gobierno, la transformación de las fuerzas armadas en todólogos es muy peligrosa, no solo por el acceso a millones de pesos en fondos públicos en secrecía bajo el argumento de la “seguridad nacional”. La historia de México refiere que la última vez en que los militares estuvieron en posibilidad de manipular el poder se apropiaron de la presidencia creando un partido político y los generales se repartieron el país.
A la par, la fallida desmilitarización de las policías consolidó a marinos y soldados como la única línea de defensa de la sociedad en contra del crimen organizado; una línea que en no pocas ocasiones se ha borrado con abusos que van desde extorsiones hasta ejecuciones extrajudiciales, como se ha documentado ampliamente dentro y fuera del país.
Desde afuera, los mandos castrenses aparentan unidad y lealtad patriótica. Hacia adentro, es muy difícil pensar que la visión de país y la ambición sean uniformes, y más aún cuando existe el potencial riesgo de que un cambio de partido en el poder elimine de un plumazo las carretadas de recursos que están entrando a las cuentas de la SEDENA y SEMAR.
La realidad social. México está hoy socialmente más dividido que hace cinco años. La polarización alentada a diario desde el púlpito presidencial, replicada y amplificada en redes sociales por amigos y enemigos fracturó y radicalizó al país. Hoy, o se es “chairo” o se es “fifí”. El mesianismo que representa el presidente está a nada de convertirse en un culto al tiempo que sus adversarios extendieron su desprecio más allá del palacio nacional y, peor aún, lo impregnaron de racismo, xenofobia y clasismo. Tradicionalmente, la sociedad mexicana solía compactarse ante tragedias como los terremotos, incluso hasta durante el controversial Teletón; al paso del sexenio, la desconfianza, la división y el encono han incluso rebasado la discusión ideológica para llevarla al plano personal con la consecuencia de amistades y hasta familias divididas por querer o rechazar al presidente.
Hoy, los adversarios se han vuelto enemigos, y por conveniencia o por convencimiento, la elección del 2024 se presagia compleja y muy volátil socialmente. Gane quien gane y pierda quien pierda, la reconciliación se ve lejana, especialmente cuando desde las candidaturas se sigue abonando a la división.
La realidad de la oposición. En la democracia mexicana actual la oposición brilla por su ausencia. Los tres partidos políticos más importantes -PAN, PRI y PRD- permanecen secuestrados por liderazgos mezquinos, ambiciosos y quasi dictatoriales que con frecuencia demuestran que quieren más al poder y sus beneficios que al país. Más que un partido, Movimiento Ciudadano es una propiedad más de Samuel García y Mariana Rodríguez que hacen lo que quieren con la venia de Dante Delgado, a quien ahora se le ocurre presentarse con gabardina y fedora en un estilo gangsteril que más refleja quien ha sido en la política.
Los tres feudos partidistas se agruparon en una alianza bizarra que lo único bueno que ha dejado es la candidatura inesperada de Xóchitl Gálvez, quien lamentablemente tiene que maniobrar entre los tres partidos, que conforme se acerquen más las elecciones seguramente tendrán más deserciones ante la posibilidad real de quedarse fuera de alguna posición que les permita seguir viviendo del presupuesto.
Para Gálvez, la apuesta más fuerte está en consolidar su imagen en solitario, no como candidata de la alianza. Si Xóchitl quiere ganar la elección, tiene que apostarle a las redes sociales, a la desparpajada personalidad que se le conoce y a la habilidad de conectar con los que ya dudan de la 4T y de los electores indecisos. Lanzarse de frente contra la maquinaria obradorista no es opción, porque más temprano que tarde se va a estrellar. Por el bien de la democracia en México, la oposición debe de ser eso, oposición, no clubes de Tobi donde juegan a la pirinola esperando el “toma todo”.