Una idea me ha dado vueltas desde hace tiempo por la cabeza: ¿Es Gignac el mejor jugador en la historia de Tigres de manera absoluta o puede compartir ese honor con Jerónimo Barbadillo?
El tiempo suele darnos una perspectiva de las cosas.
No hay duda de que sin las figuras de Gignac y de Nahuel Guzmán no podría concebirse sin la presencia de ambos la gran década dorada.
Barbadillo se quedó para siempre en la memoria de los aficionados por ese algo que nos pasamos buscando a lo largo de la vida: magia, inspiración, fantasía.
Se cumplieron 50 de su debut con la playera de los Tigres, un 23 de marzo de 1975, ante el Ciudad Madero, en el Estadio Tamaulipas. Se presentó con la playera de los felinos anotando un gol.
Su nombre me ha estado dando vueltas en la cabeza desde hace algunas semanas cuando leí una artículo del Güerín Sportivo, revista especializada, que me reenvió el gran Marco Almaraz.
El Güerín hace remembranza del paso del gran Patrulla por el Calcio, en ese momento la mejor liga del mundo y narra cómo estuvo a punto de enrolarse con el Napoli a petición de Diego Armando Maradona. El mismo Barbadillo ya me lo había platicado.
La negativa del presidente del Udinese de venderlo frustró el traspaso del Patrulla para jugar al lado de Maradona.
Si bien a partir de 1967 cuando el equipo apareció de manera definitiva en la Segunda División empezó a configurarse el llamado perfil tigre, la llegada de Barbadillo, Miloc, Tomás Boy, Batocletti, Pilar Reyes, principalmente representó el fuego que consolidó la identidad del equipo.
Barbadillo representó magia, alegría, identidad, esa fantasía que tanto necesitamos los seres humanos, y esa fantasía que un equipo tigre aprendió a transmitir y que lo hace un equipo especial en el futbol mexicano.
Por eso, más allá de que sea debatible o no ser considerado en el mismo pedestal que Gignac, creo que merece también poseer una estatua que nos recuerde su legado.
