Cuando un amigo se va queda un espacio vacío
que no lo puede llenar la llegada de otro amigo.
Cuando un amigo se va queda un tizón encendido
que no se puede apagar ni con las aguas de un río.
Así cantaba Alberto Cortez esa bella canción, que te deja con un nudo en la garganta, cuando de pronto se va ese alguien que le tienes tanto tanto afecto.
Y con esto quiero decir que cuando dejas de tener cierta compañía, de sentir sus pasos cuando llegas a casa, que te persigue y no te deja en paz, como que sientes que te falta alguien.
No acabo de entender ese hueco en el corazón que se percibe por días, cuando notas que se va perdiendo su fortaleza y de pronto no hubo medicina que le controlara sus males.
Porque hicimos hasta lo imposible por recuperarlo, por animarlo y decirle “vamos tú puedes”, pero entre tantos buenos deseos, hay algo que el deterioro de los años no perdona.
¿Quién falló? Aquí no hay culpables, más que el paso del tiempo, tal vez en parte sus genes dictaron su falta de energía, ya no corría como antes cuando llegaba a la casa, los últimos días apenas si levantaba la cabeza y hasta le dábamos de comer en su boca.
Ya hasta Rosa María le decía “come algo por favor” y le acercaba trozos pequeños de pollo con calabacitas y zanahoria, recién cocinado que tanto le gustaba. Pero ni aún así pudimos reanimarlo.
Venimos a Monterrey para salvarlo, o intentar hacerlo, entre un mar de pastillas y de menjurjes, pero nada pudo levantar su ánimo.
Por eso cuando recuerdo que alguien se va, recuerdo en este enorme angelito, que tuve el privilegio de conocerlo, el condenado hasta dormía “en veces” en mi panza como diciendo “pos esta es mi casa, tú aquí te aguantas”.
Hasta pronto querido peludo Mijo, ya te lloramos un río, como dice otra canción. No te olvidaremos.