México, D.F. / Febrero 17.-
Durante la segunda mitad de 2008 tuve la oportunidad de revisar a fondo el expediente de Florence Cassez para elaborar un reportaje , y una de las cosas que más me llamó la atención fue que, a diferencia de los demás, incluso de las autoridades y las propias víctimas, su versión de los hechos, dentro y fuera del expediente, fue siempre la misma.
La historia que ella cuenta es más o menos esta, narra Guillermo Osorno, de El Universal.
Llegó a México en marzo de 2003. Venía a probar suerte en estas tierras. Acá vivía su hermano Sebastien, que estaba casado. Sebastien le presentó a Israel Vallarta, que había sido uno de sus clientes y entonces se dedicaba a la compra-venta de autos. Vallarta vivía en una casa en la carretera México-Cuernavaca. Israel y Florence iniciaron una relación, pero con el tiempo Israel se reveló celoso y posesivo.
En el verano de 2005, Florence decidió dejar a Israel y regresar a Francia. Pero no encontró trabajo y pensó que, después de todo, tenía que acabar de probarse en México. Regresó.
Pidió albergue a Israel advirtiéndole que eso no se trataba de una reconciliación. Al parecer, pudieron convivir como amigos. Florence encontró trabajo. Poco después halló un apartamento. Firmado el contrato, pidió a Israel que la ayudara a mudarse con sus pocas pertenencias. El día que cargaron sus muebles, la policía los paró en una curva de la carretera. A Florence la mantuvieron incomunicada por casi 24 horas y luego la trasladaron de nuevo al rancho, donde se encontró con una gran movilización policiaca y televisiva. En el cuarto del cuidador había algunas víctimas de un secuestro. Y ella fue golpeada y forzada a participar en el montaje. Frente a las cámaras, dijo que era inocente. Hasta entonces, Florence no tenía idea de las actividades delictivas de Vallarta.
Semanas más tarde, desde un teléfono en la casa de arraigo, Cassez tuvo la oportunidad de decir en el programa de Denisse Maerker, con el entonces director de la policía Genaro García Luna en el estudio, que ella había sido detenida un día antes y mantenida en una camioneta y no atrapada en un espectacular rescate televisado. La declaración de Cassez obligó a la policía a reconocerlo: sí habían preparado un montaje.
Las víctimas, como la policía, han cambiado sus versiones. Cristina Ríos dijo al principio que no podía reconocer a sus captores. Días después del programa de Denisse Maerker, amplió su declaración ministerial diciendo que su hijo sí reconocía una mujer con acento raro.
Diez meses más tarde recordó un aspecto clave que había omitido: durante el cautiverio había sido violada por Israel Vallarta. Y luego lo hizo público en una carta que envióo a los medios poco antes de la visita de Sarkozy.
Ezequiel, otra víctima de ese secuestro, presentó un testimonio falso cuando dijo que una mancha en la mano era una cicatriz provocada por una inyección que le había puesto Cassez. La defensa probó que aquello era una mancha de nacimiento. Luego, en medio del juicio, apareció Leonardo Cortés, un testigo que dijo ver que alguien como Cassez merodeaba a Cristina Ríos. La defensa notó que Cortés señalaba que esto sucedió en el verano de 2005, justo cuando Cassez estaba en Francia. Luego Cortés murió en un accidente. También, David Orozco, presunto miembro de la banda de secuestradores, fue capturado. Dijo que Cassez era la líder de la banda. Meses después declaró que había hecho esa declaración bajo tortura y que no la conocía.
Debido a estos y otros indicios en el expediente es muy probable que en el caso de Cassez estemos frente a otra evidencia de incompetencia de la policía para armar investigaciones y de su interés por presentar resultados. Los jueces han decidido no otorgarle el amparo. Me parece injusto. Han sentenciado a Cassez a purgar una condena de 60 años que probablemente no merece, pero también nos han dejado a nosotros, los ciudadanos, sin instrumentos para cuestionar la deshonestidad de la policía, que un día puede voltearse contra ti o contra mí.