Washington, D.C. / 27 Sept.
Lo esperaron con la ansiedad con la que se espera el séptimo juego de una serie mundial o el último asalto de una pelea entre dos boxeadores invictos. Era tanta la expectativa que había despertado el debate entre John McCain y Barack Obama, que al final los espectadores parecían desconcertados: esperaban un nocaut que nunca llegó.
“Creo que McCain estuvo a un 70% y Obama tal vez a un 90%”, dijo Emma, una señora entrada en los 60 años que se declaró independiente. “Para mí, McCain se vio mejor de lo que esperaba”, dijo una mujer joven. Un hombre negro de unos 50 años interpretó el debate pensando en un juego de ajedrez: “Ninguno puso en jaque al otro”. Otro lo comparó con una pelea de box: “Ninguno se fue a la lona, pero tampoco logró hacer daño al otro”.
El debate entre Obama y McCain paralizó Estados Unidos y ajetreó a la capital del país y a sus suburbios apacibles. Sólo en el área de Washington DC y sus alrededores, durante el día se anunciaron 165 fiestas en departamentos, casas, teatros, oficinas particulares y salones de fiesta. En el estado de Virginia una mujer invitó a una fiesta de pijamas con bebidas en honor del ganador.
En varias ciudades de Maryland, simpatizantes de Obama y de McCain compitieron para ver quién llenaba más salones de simpatizantes hambrientos por ver la contienda. Aparentemente ganaron los seguidores del demócrata: cientos de jóvenes lograron llenar apartamentos, casas y oficinas de campaña.
En el número 7832 de la avenida Wisconsin, en Bethesda, un grupo de simpatizantes de Obama invitó a una fiesta para seguir el debate por televisión. Había galletas de chocolate con los apellidos de Obama y Biden escritos con letras de crema pastelera y una mujer sándwich con dos carteles gigantes con las palabras “esperanza” y “cambio” sobre el pecho y la espalda. También había cervezas, queso y vino, y unas cuantas reglas para observar la contienda.
“Por favor, absténgase de emitir gritos en contra de alguno de los candidatos. Ni abucheos ni insultos”, pidió un hombre antes del inicio del duelo, como si dictara las reglas de un réferi al inicio de una pelea.
Las reglas no fueron de gran utilidad: los candidatos se trataron con tanta cortesía que algunos de los asistentes al debate en Bethesda se desesperaron. Querían ver a alguno de los dos en la lona, cosa que nunca ocurrió. No hubo gritos de júbilo al final: había opiniones que denotaban una decisión dividida.
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