Washington, D.C. / Nov. 2
La ola de acusaciones mutuas entre demócratas y republicanos por fraude y supresión del voto en estados clave ha atraído la atención nacional e internacional, pero Estados Unidos tiene un largo historial de casos de corrupción electoral.
La Oficina Federal de Investigaciones (FBI) inició una averiguación para determinar si la Coalición de Organizaciones Comunitarias para la Reforma (ACORN) emitió más de un millón de formas fraudulentas, para respaldar al candidato demócrata Barack Obama este 4 de noviembre.
En tanto, organizaciones sindicales y de defensa de las libertades civiles acusaron al Partido Republicano de encabezar esfuerzos para suprimir a cientos de miles de votantes, la mayoría miembros de las minorías que favorecen a los demócratas.
Pero como lo documentaron Larry Sabato y Glenn Simpson en su libro “Secretitos Sucios: La persistencia de la corrupción en la política americana”, Estados Unidos tiene una “larga y deprimente historia de ser un refugio feliz para el ladrón de votos”.
Los académicos desenterraron una cadena de casos históricos de votaciones fraudulentas, en las que se incluye el votos de personas muertas o inexistentes.
También ha ocurrido que se registren proporciones de votación superiores al padrón electoral, prácticamente desde la fundación de la república.
En 1844, por ejemplo, la ciudad de Nueva York tenía una población empadronada de 41 mil personas, pero el día de las elecciones se emitieron 55 mil votos, lo que representó 135 por ciento del número de votantes registrados.
Sabato y Simpson coinciden sin embargo en que California, la joya de la Corona de la geografía electoral de Estados Unidos por tener el mayor número de votos electorales, con 55, se ha convertido en “el estado dorado para el fraude electoral”.
Ello ocurre no sólo a la hora de votar, sino también al registrar electores y realizar los comicios anticipados.
De acuerdo con el libro, la década pasada había millones de nombres errores en los padrones de votación: había personas muertas que permanecían indefinidamente en los registros oficiales, o no se registraban los cambios de domicilio a otros estados del país.
La situación de California “no es otra cosa que un desgraciado escándalo”, escribieron Sabato y Simpson.
En 1992, en Los Angeles, surgieron los llamados “caza-votantes” que realizaron unos cuatro mil empadronamientos fraudulentos de votantes. En un edificio de apartamentos, registraron incluso como votante a un perro con nombre de persona.
En 1994, en San Francisco, emitió su voto una hombre que había muerto en abril de 1982. Una situación similar ocurrió ese año con una anciana del condado de Alameda. Nunca se castigó a los responsables, aunque las autoridades sospecharon de sus familiares.
Sabato y Simpson concluyen que la serie de casos confirma la existencia en Estados Unidos de un “patrón persistente de fraude electoral que está bien organizado y es parte continua de la cultura política en varias partes del país”.
“Y el hecho de que el fraude no es reconocido en general como un problema serio por la prensa, el público y las autoridades, crea el ambiente perfecto para que florezca”, lamentaron.
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