Cd. del Vaticano.-
El Papa Francisco aseguró hoy que el respeto a la diversidad y la búsqueda de la unidad, no obstante las diferencias, es el camino a la paz, al saludar a una multitud en la solemnidad católica del Pentecostés.
Al mediodía de este domingo Francisco se asomó a la ventana de su estudio personal en el Palacio Apostólico del Vaticano y dirigió la bendición con la oración del Regina Coeli (Reina del Cielo).
Saliéndose del discurso preparado saludó, “en modo especial”, a los participantes en la Fiesta de los Pueblos, que se realiza este día en la Plaza de San Juan de Letrán de la capital italiana, como desde hace 25 años.
“Que esta fiesta, signo de unidad de la diversidad de culturas, nos ayude a comprender que el camino hacia la paz es este: hacer la unidad respetando la diversidad”, agregó improvisando.
Poco antes estableció que el amor por una persona -y también por Jesús-, se demuestra no con las palabras sino con los hechos.
Precisó que, por eso, el “observar los mandamientos” de Cristo debe ser entendido de manera existencial, en modo que toda la vida sea involucrada.
Insistió que ser cristianos no significa pertenecer a una “cierta cultura o adherir a una cierta doctrina”, sino –sobre todo- ligar la propia vida en cada uno de sus aspectos a la persona de Jesús y, a través de él, al padre.
Esa bendición tuvo lugar después de la misa por Pentecostés, que el líder católico celebró la mañana de este domingo en la Basílica de San Pedro.
Durante el sermón aseguró que todos los seres humanos tienen en su “ADN” ser hijos de Dios, pero que el pecado los apartó de esa relación y por eso caen en una condición de huérfanos.
Sostuvo que, en la actualidad, se constatan muchos signos de esa orfandad: la soledad interior que se percibe incluso en medio de la muchedumbre y que, a veces, puede llegar a ser tristeza existencial así como la supuesta independencia de Dios, que se ve acompañada por una cierta nostalgia de su cercanía.
También indicó al “difundido analfabetismo espiritual” por el que las personas se sienten incapaces de rezar, la dificultad para experimentar verdadera y realmente la vida eterna, como plenitud de comunión que germina aquí y que florece después de la muerte; la dificultad para reconocer al otro como hermano, en cuanto hijo del mismo padre; y así otros signos semejantes.
“Del inmenso don de amor, como la muerte de Jesús en la cruz, ha brotado para toda la humanidad la efusión del espíritu santo, como una inmensa cascada de gracia. Quien se sumerge con fe en este misterio de regeneración renace a la plenitud de la vida (de hijo de Dios)”, estableció.
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