México, D.F. / Septiembre 27.-
Hoy, pensar la pobreza es pensar la solidaridad, la fascinación por los objetos materiales, las dificultades para priorizar lo importante, lo que no lo es, y una cierta adicción por el consumo, que en nuestra sociedad se ha vuelto habitual.
Hablar con los hijos sobre la pobreza es acercarnos juntos, reflexivamente, a una dura realidad. Es tratar de comprenderla, no como algo natural, sino como la consecuencia de acciones y omisiones de todos los seres humanos.
De hecho, es preguntarnos por los modos de mirar nuestro entorno, poniendo palabras a lo que vemos y vivimos, y preguntándonos por algunos modos de actuar sobre esa realidad para comprometernos, para mejorarla o ayudar a cambiarla. Se trata de no perder nosotros, adultos y niños, los sentimientos de indignación ante las injusticias y de compasión por el dolor del otro.
El especialista Gustavo Schujman, hace una clara reflexión sobre quitarle a los niños la idea de que la única variable de análisis de nuestra vida es “tener o no tener”, específicamente vinculando ese análisis a los objetos materiales, a las posesiones en uno de los tomos del texto “¿Cómo te explico la pobreza?”.
Si en los diálogos las referencias están siempre asociadas al tener, centradas en lo material, será difícil que los niños puedan convivir adecuadamente con las diferencias económicas.
Y es que en muchas familias se reconoce el mérito de los niños dándoles dinero u objetos asociados a la capacidad adquisitiva, como el último juego de computadora o la última muñeca. Como alternativa, algunas formas de reconocer a los hijos cuando se esfuerzan en sus obligaciones pueden ser las de realizar una salida en familia, prepararles la comida que les gusta, llevarlos al cine, jugar con ellos durante más tiempo, entre otras cosas. Esas acciones ayudan a romper la asociación de lo valioso con el dinero.