“¡Yo no debería estar aquí!”. Mi mamá y yo teníamos mucha ilusión de ir al grito de Independencia, es una de las pocas diversiones a las que podemos ir, porque mi papá gana poquito”, refiere María Guadalupe Orozco Zavala, de 13 años.
No llora, no ríe, la mirada perdida; con la voz baja, como para sí, añade; “no lo puedo creer todavía, no sé qué sucedió, por qué debo estar en esta cama y mi mamá en otro hospital y ya sin una de sus piernas”.
La pequeña, de bello rostro y cabellera abundante, negra, que resalta sus facciones indígenas, permanece hospitalizada por las heridas que le provocaron en sus piernas las esquirlas de la granada que estalló en la Plaza Melchor Ocampo de Morelia el 15 de septiembre. Los médicos han dicho que es necesario injertarle piel en una de sus extremidades.
Mientras platica recostada en la cama se asoma para ver que sus piernas estén bien cubiertas, no quiere que vean sus heridas.
Lupita recuerda que desde el 13 de septiembre planeó con su mamá, Belén Zavala Rodríguez, de 64 años, que el día 15 irían al centro a escuchar el grito.
Su padre, Rubén Orozco Calderón, no las acompañaría porque es velador, tampoco su hermano Eduardo, de 34 años, que está convaleciente; “es que toma mucho vino y lo tuvieron que operar”.
“Nos fuimos temprano para alcanzar un buen lugar, pero, cuando el gobernador dijo el último nombre, que no me acuerdo cuál es, ya no alcanzamos a decir el viva porque junto a nosotras, muy cerca se oyó una explosión”.
Y añade, “tengo mucho miedo por mi mamá, ojalá alguien nos pudiera ayudar”. Rubén, su padre, que divide su tiempo en visitar a una y a otra, le ha dicho que a Belén le amputaron una pierna y la reportan como delicada.
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