Hace 100 años Alfonso Reyes fue sacudido por la terrible tragedia de perder a su padre, el general Bernardo Reyes, asesinado frente al Palacio Nacional el 9 de febrero de 1913, pero al mismo tiempo tal suceso significó la coyuntura de su vida para tomar el rumbo definitivo en su vocación de escritor, por lo cual estamos seguros que si el ilustre polígrafo aún viviera nos pediría lo acompañáramos en la conmemoración del centenario de la fecha en que fue enviado por primera vez a Europa de donde no regresaría sino muchos años después.
En efecto, después del malhadado 9 de febrero de 1913, lloroso por la pérdida de su padre, al recibir la triste noticia acoge en brazos a su madre y queda impactado por la secuela de las horribles escenas de la llamada “Docena Trágica”, pero al mismo tiempo hace un esfuerzo enorme por extirpar de su corazón el resentimiento y todo deseo de revancha, buscando refugio en la literatura, a pesar de haber obtenido el título de abogado.
Renuncia, inclusive, a la oportunidad de ser secretario particular de Victoriano Huerta antes de que éste se deshaga del presidente Francisco I. Madero, por lo cual se ve obligado entonces a aceptar el nombramiento de de segundo secretario de la legación en París, a donde parte el 10 de agosto de 1913, con su esposa Manuelita Mota y su hijo recién nacido Alfonso.
Europa era el sueño del Regiomontano Universal porque México había sido inoculado de la alta cultura del Viejo Mundo y todas las personas pudientes deseaban el contacto directo con autores de fama mundial y con filósofos, artistas, creadores y celebridades en general, sobre todo de Francia.
Y hace 100 años Alfonso Reyes, marcado por la verdadera X en la frente por la muerte de su padre, se fue del país a fin de sobrellevar tan inmenso dolor frente a un papel y un lápiz dando rienda suelta a su “venganza creadora” a través de textos paradigmáticos hoy, además de buscar personalmente la amistad que de tiempo atrás le ofrecían epistolarmente algunos jóvenes como los hermanos Ventura y Francisco García Calderón, este último prologuista del primer libro de Reyes, “Cuestiones Estéticas”, y el artífice de la primera edición en París de dicha obra.
Acompañemos, pues, a nuestro Alfonso Reyes en lo que sería un viaje fascinante dentro de la diplomacia mexicana y que terminaría siendo un exilio voluntario pero colmado de toda suerte de retos, hasta pulir el carácter viril de un hombre que se resistió a mojar solamente en lágrimas el recuerdo del asesinato de su padre y pidió a su imaginación cuanto recurso era válido en el proceso de sanación, vía la literatura.
La salida de la ciudad de México a Veracruz, ese 10 de agosto de 1913, a las 7 de la mañana, tiene un toque de nostalgia en las memorias de los Reyes-Mota porque el ferrocarril los deposita en un puerto de calor tórrido como son los veranos entre los jarochos, y luego al día siguiente la vista del barco “España” le estruja los sentimiento al escritor porque deja su tierra y a los suyos sin saber la fecha de retorno de tan añorado viaje. La travesía, entre las aguas de un mar que era el encanto del pequeño Alfonso, inspira al hoy consagrado diplomático y polígrafo un poema muy bello, “Fantasía del viaje”, que escribió en 1915, cuando los apuros económicos lo regresaban a ese 10 de agosto de 1913 en que zarpó a Europa sin presentir lo que vendría después.
Allá van don Alfonso y Manuelita, arropando a su hijo, pero trémulos de emociones encontradas que se estrellan con la realidad del hermoso París de siempre, encantador y estimulante para el espíritu libertario de los nuevos residentes.
Pero al año exacto el Regiomontano Universal, como ocurrió con todo el cuerpo diplomático mexicano en el mundo, queda sin trabajo y sin sueldo por órdenes del nuevo gobierno presidido por Venustiano Carranza, además de que en París los silbidos de las balas dieron cuenta de que la guerra estaba cerca, y había que huir. Así, sin certeza jurídica ni económica, don Alfonso se fue a España, llegó a Madrid y ahí empezó a vivir del periodismo con el fin de tener con qué sufragar los gastos familiares, pero ganó en experiencia y en primacía dentro de la crítica cinematográfica porque, junto con el también escritor Martín Luis Guzmán, dio vida a la sección respectiva firmada por “Fósforo”, pero, igualmente, sacó a luz “Visión de Anáhuac” e “Ifigenia Cruel”, entre otros textos de crónicas como “Cartones de Madrid”.
Y pensar que todo empezó con ese viaje de agosto de 1913… ¡Hace 100 años!
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