Por toda la ciudad se pavonean los seguidores de Rayados, con sus camisas recién lavadas con detergente de orgullo. La hinchada siente la tela en la piel como lino finísimo, en estos días grises de fin de año.
Regresan a una final de Liga, después de cinco años. Y el rival es precisamente el América, el club más odiado y seguido en el país, al que ya le dieron una sabrosa sopa de goles, venciéndolos en el Estadio Azteca, el gran escenario del balompié tenochca.
Los de regiópolis tienen en sus botines una encomienda de cada aficionado antiamericanista. Es indispensable obtener la corona. La Pandilla tiene material humano para conseguirlo. No debe dejar a las Águilas obtener el tricampeonato. Sería el primero en conseguirlo desde la instauración de los torneos cortos, hace ya casi tres décadas.
El último en firmar la promesa fue, precisamente, el cuadro de los millonetas en los torneos 1983-1984, 1984-1985 y Prode 85, guiados por los técnicos Carlos Reinoso y Miguel López.
Esto, en cuanto al encargo de toda la nación.
Pero los Rayados tienen sus propios adeudos hacia el interior. La afición norteña anhela una coronación de Liga en su propia casa. Ya tuvieron la oportunidad y la desperdiciaron en dos ocasiones previas, en el Clausura 2016, ante Pachuca y en el Apertura 2017, ante Tigres.
Esta semana es el timing de Rayados, el Momento de la Verdad, que le enseñaron al karate Kid. El reloj da la campanada para dar el gran salto hacia la grandeza.
Los que están en la capital de Nuevo León esta semana ven en la calle una acumulación de anhelo. A donde volteen pueden observar una camisa, un banderín una calca del equipo de Femsa que se muestra en toda su soberbia estatura. Indiscutiblemente son el equipo que mejor ha jugado la fiesta de la postemporada.
Claramente, Rayados es el retador en esta serie última. Los emplumados, pese a que no pasan por su mejor momento, mantienen en su prosapia una promesa. Permanentemente aspiran a algo. Su camisa es la más pesada del balompié nacional.
Ahora, con el solo arribo a la Final, se han elevado los bonos del presidente José Antonio Tato Noriega, que ha metido más que corazón y entrepierna para empoderar a un equipo, que había estado en tornos pasados, en planos indebidamente secundarios.
Pero el Presi ha acertado con las contrataciones. Sergio Canales, el español, finalmente rinde réditos. No es el goleador que se supondría pero, más que eso, es un mariscal de campo, que ha sabido darle personalidad a la escuadra que ahora se ve avasalladora. Otro ibérico, Oliver Torres también le ha dado personalidad al once, junto al argentino Lucas Ocampos, toda una revelación en el torneo.
Los Tigres, el vecino de la ciudad, guardan silencios, Invernan afligidos por su eliminación temprana de la liguilla y saben su deber de guardar silencio reverencial, mientras los de enfrente celebran, se emocionan, arman peñas y chocan tarros de cerveza espumosa en espera de la hora.
En el momento de Rayados. La ciudad hierve de expectación. Es bueno que en Monterrey se viva con frecuencia esta expectativa. Acá se hace buen futbol en el norte, aunque en el centro sientan menosprecio mezclado con envidia.