Existen imágenes tan desgarradoras que sólo pueden ser superadas cuando el hombre ve hacia dentro de él y descubre sus omisiones.
El viernes de la semana que acaba de terminar observé en los medios de comunicación masiva un cuadro que para algunos descubrió ambos motivos de horror.
El cuerpo sin vida de una mujer a media calle, flanqueado por las cubetas con agua que transportaba cuando aparentemente sufrió un infarto, se convertía en macabro monumento a la irresponsabilidad criminal de algunos gobernantes que prefirieron ser reyes de carnaval, antes de guías responsables en el tránsito hacia el futuro.
Su lamentable muerte sucedió en la tierra de Tesla y del nearshoring después de llenar un par de cubetas en un tanque comunitario, al que acudió debido a la falta de agua en su domicilio. El esfuerzo físico que realizó y la apatía de quienes supusieron que gobernar era igual a desfilar en una pasarela, probablemente precipitaron su deceso.
Además de aprovechar el poder político para hacer negocios, encabezar desfiles y vivir la experiencia de ser redentor con dinero ajeno, ¿habrá alguna otra motivación para ocupar un puesto de elección popular?, me pregunté molesto al ver ese cuadro, para luego admitir franco, con base en la experiencia, que sí existe.
Conocí a gobernantes excepcionales que buscaron mejorar el nivel de vida de sus conciudadanos, aunque muchas veces sus mejores intenciones fueron rebasadas por la realidad del sistema al que servían, acabando no sólo por saberse incapaces de satisfacer tantas necesidades encontradas, sino hasta huyendo de sus más íntimas promesas.
Tras este intento de catarsis y reflexión, mi memoria se ubica de nuevo en el cruel monumento con forma de cadáver al lado de un par de cubetas haciendo las veces de cirios. Si la gente que forma la fila del tinaco comunitario o pipa recordara el texto del Artículo 4 de la Constitución, quizá se sentiría aún más agraviada.
“Toda persona tiene derecho al acceso, disposición y saneamiento de agua para consumo personal y doméstico en forma suficiente, salubre, aceptable y asequible”, dice ese precepto constitucional.
En ese mismo tono fantasioso, proyecto algunos de los últimos episodios que pudo registrar la existencia de quien falleció cuando buscaba sobrevivir. No tuve el honor de conocerla, pero el caso de esta mujer podría parecerse al de muchas otras personas que padecen la escasez de agua.
Posiblemente, el día de su muerte fue temprano a buscar el líquido vital y no encontró quien la ayudara para trasladar cerca de 40 litros, pero, al igual que sucede en otros lugares, en algún momento de la crisis hídrica seguramente conoció la solidaridad de sus vecinos para transportar tan preciada carga, con quienes, por cierto, gracias a esta contingencia, estrechó la comunicación.
Siguiendo con estas suposiciones, quizá ella también tuvo oportunidad de optar por la risa en lugar del terror causado por la politización de la administración del agua, o de sustituir su malestar con carcajadas al imaginar cómo se bañaba usando declaraciones sobre la abundancia de recursos en la entidad.
Por supuesto que también puedo imaginar la zozobra que vivía en las madrugadas, cuando pensaba en sus hijos y el mundo que les esperaba, abundante de sed y carente de vergüenza.
Pero, así como bien pudo conocer la risa y el miedo, también fue posible que experimentara rabia por creerse receptora de un trato desigual o discriminatorio, al no entender la razón por la que colonias asociadas a personas de ingresos mayores tenían menos problemas de abasto.
Ante la ausencia de comunicación social, no así de propaganda personal, la percepción que pudo tener, no necesariamente con fundamento, pero creciente en su entorno, se sumó a una corriente de encono en otros ámbitos y a los resultados que atribuía su comunidad a los bloqueos de la vía pública.
“A qué alcalde se le ocurriría rentar camiones para ir a protestar frente al Palacio de Gobierno, cuando nada más era cosa de que nos avisaran para estar ahí, pues tenemos motivos de sobra para manifestarnos”, tal vez así hubiera pensado acerca de la manifestación realizada el sábado 30 en la representación del gobierno nuevoleonés.
Conviviendo en mi ser la tristeza y el enojo, veo por última vez la fotografía del cadáver de esa ciudadana cubierto por una sábana, y entiendo que observo una muestra de respeto tardío a su persona.
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