México, D.F. / Nov. 10
El ánimo fúnebre campea en el recinto. Germán Martínez —líder del PAN—, con la voz quebrada, leyó una carta póstuma que intentó inyectar ánimo, pero sólo ahondó la incertidumbre.
“Por tu memoria (…) no vamos a permitir que el narcotráfico y la droga lleguen a nuestros niños. Por tu memoria limpia y valiente, el PAN no va a pactar con delincuentes”.
Es el homenaje póstumo del PAN a Juan Camilo Mouriño, a seis días del avionazo.
Rompe el medio día del domingo. Flores blancas empavesan el retr ato de Mouriño. Se ve un rostro sonriente, de ojos claros, todavía joven, que sobresale en el escenario. En el otro costado, también rodeado de flores, la imagen de Arcadio Echeverría Lanz, su colaborador. Ambos cuadros flanquean el presídium, en el que aguardan el padre y la esposa de Juan Camilo Mouriño, Iván, como le decían.
Más de un centenar de agentes del Estado Mayor Presidencial custodian el edificio y los alrededores. Es la sede nacional del PAN. Ahí está todo el gabinete, toda la dirigencia nacional panista; diputados, senadores, gobernadores, consejeros nacionales.
Pero se nota más la ausencia de Vicente Fox, Manuel Espino y Santiago Creel. Nadie sabe por qué no vinieron o si no los invitaron. “¡Ni falta que hacen!”, dice uno del primer círculo de Germán Martínez, que pide reservar el anonimato. Es el postrer homenaje, la despedida. A las 12:00 suenan, de pronto, las notas del himno. La concurrencia panista se levanta como resorte, esperan al Presidente de la República. Falsa alarma, sólo prueban sonido.
Manuel Mouriño Atanes, padre de Juan Camilo, menea la cabeza, como reproche. Parece que últimamente toda la logística anda mal. A las 12:05 en punto, el Presidente entra al recinto. Un silencio pesado inunda la sala. Las luces de las cámaras platinan el ambiente, proyectan sombras fugaces de don Manuel Mouriño Atanes y Felipe Calderón fundidos en un abrazo. Calderón y María de los Ángeles Escalante, esposa de Juan Camilo, en otro largo abrazo.
Un aplauso de dos minutos trata de disipar el ánimo pesado que existe, a casi una semana del desastre. Cecilia Romero recuerda, con escalofrío, los últimos minutos en que vio vivos a los pasajeros de esa aeronave. Platica: “En realidad yo no estuve a unos segundos de subir al avión. Yo me despedí del secretario Mouriño al término del evento al que nos acompañó en San Luis Potosí (…) No me subí al avión porque no estaba programado que me subiera”, dice lacónica.
En su discurso, Calderón intenta cambiar el tono pesimista, infundir fuerza, inspirar confianza a los panistas, pero termina por regañarlos. Les pide dejar atrás la mohína, las mezquindades, la ambición y la envidia que los atrapan en “pleitos” y “ruindades”.
Les pide terminar con actitudes “que nos alejan de los ciudadanos y además nos hacen perder elecciones”. Recordó al Iván de aquellos tiempos, “cuando Campeche era, en términos políticos, todavía una tierra inhóspita, terriblemente autoritaria”.
Recordó el secuestro del que fue objeto Juan Camilo y reveló las confidencias de éste, cuando le había dicho que “una de las cosas que más coraje le daba cuando estaba en cautiverio, es que se iba a ir y no iba a dejar nada suyo”. Por tanto, les pide convertir su legado en forma de conducta. Ni él ni Germán Martínez tienen empacho en llamarlo “el arquitecto del triunfo panista en el 2006”.
En primera fila, el publicista español Antonio Solá, el de la llamada guerra sucia en la campaña presidencial del 2006, creador del eslogan “Un peligro para México” aparece ahí, entre los panistas, sin ser panista.
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