México, D.F. / Nov. 7
Salieron a recibirlo su abuela y sus tíos para informarle que estaban reunidos porque su papá había muerto. “Se fue al cielo”, le dijeron. Sin ningún otro detalle. Desde entonces Jared, no hace otra cosa más que llorar y decir que no quiere que su papá vaya a ninguna parte.
Al velorio de Alan, el primer cuerpo en ser reconocido, de los civiles que murieron la noche del 4 de noviembre en el avionazo de Reforma, fueron por lo menos 200 personas. Fue en la funeraria Gayoso, pero en Sullivan, lejos de las cámaras que rodearon la otra sucursal, donde les dieron el adiós a los cuerpos públicos. Aquí no hubo honores, ni palabras de Felipe Calderón. Esta familia veló a Alan en un ataúd gris, sin ninguna bandera que lo abrazara.
Toda la noche hubo rostros desencajados, con miradas pensativas. El nombre de Alan Cristian Vargas ha sido repetido públicamente cuando se refieren a uno de los cuatro muertos que no venían en la aeronave; para su familia, Alan es alguien que no merecía morir. Es una historia que hubieran deseado nunca contar. A Jared sólo le quedó eso de su papá, una caja gris y una fotografía al pie del ataúd.
Hilda, su mamá, había decidido no llevar a sus dos hijos al funeral de Alan, pero los sicológos que la delegación Miguel Hidalgo les envió a las víctimas, le recomendaron vivir el duelo junto a ellos. Aunque la última imagen con la que se quedó Hilda no es la de la caja negra sino la de los labios de Alan, lo demás ha sido increíble, una pesadilla que no puede aceptar.
Todavía no se atreve a entrar a su casa, ni a dormir en su cama sin su marido. Está rodeada de toda su familia y cada vez que el reloj avanza le empieza a quedar más claro que se quedó sola. Que Alan no regresará. La noche de este jueves fue la primera vez que cerró los ojos, 48 horas después de que bajara del segundo piso de su oficina y viera un Jet caer en picada.
Hoy, lo que dejó en aquel Chevy, después de un beso y una promesa de regresar pronto, sólo se resume a una cajita con las cenizas del amor de su vida, con el que se casó desde los 18 años y al que nunca más volvió a verle los ojos, después del beso de despedida.
Las cenizas de Alan las llevará a la iglesia más cercana a su casa.
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