Lizmark nació para volar. Cuando no se lanzaba de la Quebrada, en Acapulco, lo hacía desde la tercera cuerda de un ring, corriendo a más de 100 kilómetros por hora en un auto o echando a andar su imaginación en pasajes de la vida de Hércules, de Aníbal, de Jesucristo.
El gladiador que hizo vibrar a los mexicanos con sus vuelos, lleva tatuado el mar en su mirada, fan de Javier Solís y José José, optó en este 2008 por un retiro silencioso de los encordados.
Hoy, el Geniecillo Azul goza su estatus de leyenda del pancracio mexicano y confiesa que en su exitosa carrera deportiva sólo se quedó con ganas de vengar a su hijo, quien perdió la máscara con Blue Panther.
“Lo de mi hijo fue, ¿cómo lo digo?, un golpe muy grande. Yo nunca perdí mi máscara. Me hubiera gustado, en mis buenos tiempos, poder vengarme de Panther”.
Su voz, con acento costeño, se funde con el ruido de sus alumnos en el gimnasio Nuevo Jordán. Todos se cuadran ante esta estrella de la lucha libre aérea.
“Gracias a Dios cuento con el afecto del público. Firmo autógrafos en restaurantes, de la lucha ya estoy fuera. No me gusta dar lástima, quiero que la afición tenga un bonito recuerdo de mí”.
Y aunque un día se quiso matar, le alegra no haberlo hecho. Homenajes en la arena México, largas filas para repartir autógrafos, reconocimientos en Estados Unidos le dan vida de nuevo.
Actualmente, el Látigo Azul tiene las rodillas lastimadas. De aquel muchacho fisicoculturista, del Mr. Acapulco que hizo que “más de una americana me propusiera matrimonio”, quedan las ganas de volar.
—¿Alguna vez deseó volar de verdad?
—Cuando antes yo volaba de esquina a esquina en el ring lo disfrutaba mucho, también en la Quebrada. En el aire sientes que puedes volar, incluso pensé que podía hacerlo de verdad.
—¿Nunca quiso ser piloto de carreras?
—Siempre fui deportista, nadador, fisicoculturista, boxeador. Y soy costeño. Allá arreglábamos los líos a puñetazos. Yo tenía una pegada muy fuerte, que perfeccioné con el boxeo. Después me pasé a la lucha.
DEL HILTON AL RING
El Pájaro Azul, como lo llamaban en Japón, trabajaba como hotelero en el Hilton de Acapulco, allá por 1968.
Pero con el cierre del hotel se quedó sin trabajo, y así, pasando hambres, incursionó en la lucha libre.
“De la lucha no se vive”, intentaron desanimarlo, pero el soñó con internacionalizarse y lo logró.
“Dejé mucho a este hermoso deporte. Innové un poco la lucha libre aérea, los vuelos, las planchas eran sin chiste y yo abría los brazos e impresionaba”.
—¿Cómo ve la lucha libre aérea de la actualidad?
—Hay muy buenos luchadores, pero repiten muchos sus vuelos. Ojalá sean más creativos.
Su madre y abuelos murieron por problemas del corazón. Y Lizmark estuvo a punto de terminar así. “En el 84 empecé a sentir que me faltaba aire, y de la desesperación de no poder respirar quise matarme”.
Muchos lo consideraban el sucesor del Santo, pero su corazón se lo impidió. Aún así, se siente más que satisfecho con sus logros.
Lo que nunca le ha faltado es el cariño de la gente. “Ya no voy a luchar. Prefiero que me recuerden completo, el taquillero, el que no paraba”.
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